martes, 23 de abril de 2013

LA INCULTURA COMO PELIGRO PARA LA DEMOCRACIA


Hay un consenso bastante generalizado entre los analistas sobre que, en la actualidad, es constatable la creciente incapacidad de muchos ciudadanos para ejercer con rigor su voto y tutela democráticos. Gran parte de la ciudadanía se desentiende de lo público común y se retira a lo privado, ya sea a un ocio banalmente reducido a mera diversión, ya sea profesionalmente a un trabajo superespecializado y fragmentario.

La evolución de la sociedad moderna ha tendido a magnificar la vida privada en detrimento de la pública, de la política colectiva y de la buena salud de la democracia. Puede parecer una paradoja, pero la misma modernidad que edificó la democracia, la está banalizando o debilitando su salud a medida que desvía los esfuerzos e intereses de los ciudadanos hacia lo privado. Por una parte, la vida profesional “privada” concentra y exige cada vez más los esfuerzos continuados de la población. Además, otra amplísima parte del tiempo y disponibilidades restantes se dedican a una vida aún más “privada” de ocio, consumo y diversión.

El ciudadano moderno siente una indudablemente fuerte presión para que mantenga y acreciente su capacitación productiva, profesional, especializada y experta. Sin ninguna dura siente una muy similar presión para consumir los más variados productos y llenar satisfactoriamente su tiempo de ocio y esparcimiento. Nada que objetar a todo ello pues son claramente las dos dimensiones clave de la actual sociedad avanzada: conocimiento y alta productividad tecnológica, pero también consumo y espectáculo. No obstante muchas veces se obvia el precio pagado por ello, el costo subyacente de relegar a la vida política “pública” a un segundo plano. Por ello languidece y se debilita la exigencia ciudadana de atender colectiva y democráticamente a las dificultades globales crecientemente complejas de las sociedades actuales.

Evidentemente no olvidamos que, desde hace décadas, las posibilidades de la representación democrática minimizan el creciente interés y obsolescencia cognitiva de los ciudadanos frente a los complejos problemas públicos. Se considera y se tiende –a nuestro parecer excesivamente- a desplazar muchas cuestiones del debate ciudadano, remitiéndolas a la decisión (o al menos mediación) de “comités expertos”, de “informes técnicos” o de los foros políticos “profesionales” dentro y fuera de los partidos. La poca preparación o disponibilidad de los ciudadanos para hacerse cargo de todos los complejos entresijos de lo público y de lo político es la causa de la actual incultura política y debilidad democrática. Ahora bien, suele ser una razón muchas veces esgrimida pero pocas veces analizada a fondo y, aún menos, con decidida voluntad de enmendarla.

El resultado es claro: cada vez más importantes asuntos que atañen a todos y afectan al común se deciden en canales para-democráticos alejados de la ciudadanía, del ejercicio más directo de la democracia y limitados a expertos y políticos profesionales. No es extraño, en contrapartida, que gran parte de la política democrática (a veces simplemente “demoscópica”) pase a centrarse en la lucha para influir emotivamente en el cuerpo electoral a través de los grandes medios de comunicación.



Extraído del Ensayo: La sociedad de la Incultura. Autor: Gonçal Mayos

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